Parece que fue ayer
- José Martín, exdirector de Ed.Primaria
- 15 mar 2017
- 3 Min. de lectura

José Martín, en la lectura del Quijote en el día del libro
Parece que fue ayer, sí, pero un ayer ya muy lejano, un ayer de película en blanco y
negro, agridulce, de buenos recuerdos y sinsabores, de luces y sombras, que aflora, últimamente con demasiada frecuencia, en la memoria de este recién llegado a la edad de júbilo, de este recién jubilado, y que le retrotrae a una infancia feliz en un pequeño pueblo extremeño.
Cada pensamiento, cada conversación con los amigos, cada aniversario, cada acontecimiento importante en estos últimos años, siempre termina machaconamente con el mismo símil: parece que fue ayer, parece que fue ayer. En efecto, parece que fue ayer cuando, sin haber cumplido aún los seis años, asistía por primera vez a la escuela pública, en la misma plaza del pueblo. Lo hacía con una enorme ilusión porque suponía empezar a ser un poco mayor, aunque sentía también un cierto recelo porque sabía que el maestro ponía castigos severos a quienes no trabajaban o atendía en clase. Por entonces era lo más normal del mundo que el maestro aplicara castigos físicos como tirar de las orejas, dar capones en la cabeza, reglazos en las manos y hasta quedarse sin comer, encerrado en la escuela, por no haberse sabido una lección o no haber hecho los deberes mandados el día anterior.
La primera herramienta pedagógica que utilicé fue una pequeña pizarra (así llamada porque era de pizarra auténtica), similar en tamaño a las tablets actuales, en la que empecé a escribir las primeras letras, los primeros números, las primeras operaciones. Funcionaba sin internet y sin batería,¡jejeje! Bastaba con escribir lo que querías con un lápiz especial llamado pizarrín (similar a una tiza muy delgada) y para borrarlo usabas un simple trozo de trapo. Luego vinieron el lapicero, la pluma, el tintero…y esto ya sí era realmente el mundo de los mayores.
Parece que fue ayer cuando, reunidos en la plaza del pueblo, tanto en el recreo como después de merendar una hogaza de pan con aceite y azúcar, o pan con aceitunas, nos divertíamos practicando multitud de juegos: a la peonza, a los bolindres (canicas hechas por nosotros mismos con barro y cocidas en la lumbre de casa), al cirio (trozo de palo afilado por ambos extremos), a picozorro, zaina (también llamado churro-mediamanga- mangaentera ), a las tabas (hueso de las patas traseras del cordero), a calienta manos, a correr a toda velocidad por las calles dirigiendo hábilmente un aro con ayuda de una guía y un carrete…y las chicas, más tranquilas, a la rayuela, a saltar en la comba, a tres en raya…No había televisión pero como ves tampoco la necesitábamos.
Parece que fue ayer cuando aprendimos, ya desde niños, el inmenso valor del agua potable al consumir interminables horas del verano esperando turno para poder llenar, gota a gota, un pequeño cántaro con agua potable en la única fuente que abastecía el pueblo.
Parece que fue ayer cuando, tras varios años de pertinaz sequía, mis padres se vieron forzados a abandonar una tierra que nos vio nacer a todos (por entonces los niños nacíamos cada uno en su casa), obligados a emigrar a la capital en busca de unas condiciones económicas que permitieran vivir mejor y, sobre todo, dar una buena formación a los hijos. No fue fácil dejar a los amigos de siempre y empezar en un nuevo colegio en el que eras “el paleto” (término despectivo, usado por niños de capital para referirse a los de pueblo).
Parece que fue ayer, sí, parece que fue ayer, sí, pero ha pasado más de medio siglo de mi por primera entrada en un aula como alumno, y la escuela que dejo, después de más de cuarenta años de magisterio, es otra muy distinta: basada en el respeto mutuo, la responsabilidad y la libertad, ha sabido incorporar en la formación de los alumnos las nuevas herramientas emergentes en nuestros días como son los idiomas, las nuevas metodologías pedagógicas y las tecnologías de última generación. Como veis no siempre cualquier tiempo pasado fue mejor. Y celebro enormemente que así sea.
Nuestros alumnos caminan por la senda adecuada, la mejor, para hacer de ellos auténticos ciudadanos del mundo.
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